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Editorial Plaza & Janés - España, 1977. Primera edición
271 páginas
Tapa dura ilustrada
Estado 9/10. Muy buen estado, sin marcas ni subrayados
Incluye varias ilustraciones
De aquí en adelante, mostraré cierta tendencia a presentarme como una especie de Arquímedes. Arquímedes se hizo célebre al descubrir el Principio que lleva su nombre..., aunque parece evidente por sí mismo: para determinar el volumen de un objeto cualquiera le bastó con sumergirlo en el agua, midiendo luego el volumen de líquido desplazado. No es necesario ser un geómetra para esto; basta con un mínimo de lógica. Los griegos, sin embargo, no andaban muy bien de geómetras y de lógicos antes de que les naciera Arquímedes. Llegando después de Anaximandro, Pitágoras, Platón y Aristóteles, Arquímedes (nacido en 287 a. de J. C. y muerto en 202 a. de J. C.), representó el papel de hijo más pequeño. Lo extraño, pues, es que ninguno de sus predecesores se le hubiese adelantado en el descubrimiento de una evidencia tan flagrante. Ante cosa tan extraña, sólo cabe alegar dos explicaciones racionales aparentemente posibles:
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Editorial Plaza & Janés - España, 1977. Primera edición
271 páginas
Tapa dura ilustrada
Estado 9/10. Muy buen estado, sin marcas ni subrayados
Incluye varias ilustraciones
De aquí en adelante, mostraré cierta tendencia a presentarme como una especie de Arquímedes. Arquímedes se hizo célebre al descubrir el Principio que lleva su nombre..., aunque parece evidente por sí mismo: para determinar el volumen de un objeto cualquiera le bastó con sumergirlo en el agua, midiendo luego el volumen de líquido desplazado. No es necesario ser un geómetra para esto; basta con un mínimo de lógica. Los griegos, sin embargo, no andaban muy bien de geómetras y de lógicos antes de que les naciera Arquímedes. Llegando después de Anaximandro, Pitágoras, Platón y Aristóteles, Arquímedes (nacido en 287 a. de J. C. y muerto en 202 a. de J. C.), representó el papel de hijo más pequeño. Lo extraño, pues, es que ninguno de sus predecesores se le hubiese adelantado en el descubrimiento de una evidencia tan flagrante. Ante cosa tan extraña, sólo cabe alegar dos explicaciones racionales aparentemente posibles: